domingo, 1 de agosto de 2010

El hombre de la fuente


Entonces lo ví, como una brisa antes de la lluvia, como el recuerdo que te despierta en el más profundo sueño. Con esa fuerza apareció él. Despacio, como para quién se ha detenido el tiempo y no importa nada más recorrí con la mirada cada centímetro de él, dándome cuenta de que parecía una figura de porcelana, una perfecta figura de porcelana, que tenía rasgos que no podría evitar mirar más que otros, esos labios parecía que dirían lo que ya estaba viendo, que ni siquiera una palabra que rompiera el silencio era capaz de romper con aquella paz. No era necesaria. Entonces sus ojos se toparon con los míos. Él era igual que el resto del pueblo, pero sus ojos tenían un brillo distinto, ese color oscuro logró que me hundiera en ellos en solo un instante. Preguntándome una y otra vez qué pasaría detrás de ellos, en qué pensaría. Dentro de todas las miradas la de él era diferente, y más que todo, me veía diferente. Sus ojos no temían encontrarse con los míos, y su gesto no se endureció al darse cuenta de lo que pasaba. Entonces desperté, recobré la conciencia sobre ese sueño que parecía el más placentero.

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