martes, 24 de agosto de 2010

Al este. ¿Seguirá todo igual?


¿Al Este? Simplemente a otro país… Demonios, estaba harta de recorrer el mar en mi habitación, saliendo cuando no podía ser vista. ¿Qué tenía de especial? Mi padre probablemente predijo mis insistentes preguntas y se retiró. Arkegora lo siguió escudando su espalda con su inminente gracia.

Y yo quedé frustrada en la mesa, dándole vueltas al asunto, pero no por mucho tiempo.

-Adtheyah, es hora- advirtió Aizora sin que su rostro denotara expresión alguna.

Me levanté de la mesa, y acto reflejo, ella me siguió. Entré en la habitación, y comencé a desvestirme, sabiendo de antemano que Aizora se encargaría de cerrar la puerta. Ella entró tras de mí y el sonido de la puerta tomando su lugar, me relajó mi inexistente frustración; Aizora podía saber todo lo que yo pensara. Lo oía a la perfección, hasta hacía poco; una de las habilidades de ellas era entender todo lo que yo imaginara, pensara o soñara, sin embargo, hacía unos meses atrás, estaban realmente preocupadas ya que no podían hacerlo, o no con tanta facilidad como antes, y eso era malo para mí. Mis protectoras debían ser una conmigo, los últimos meses me había distanciado, pero eso no significaba nada. Ellas debían lograrlo, y yo confiaba en eso.

Aizora me extendió en la punta de su mano una ligera bata blanca, igual a la que tenía puesta ella, y nos sentamos en mi cama. Era un ritual que estaba haciendo con Aiz últimamente, un tiempo a solas, en que teníamos contacto físico era lo ideal para mantenernos comunicadas, y pece a que no queríamos enfrentarlo, resultaba inútil. Era una medida extrema cuando yo estaba más joven, la conexión solo se había perdido una vez, pero ahora esto era nada.

-Cierra los ojos- suspiró con sus labios rozando mis párpados que se fueron cerrando con facilidad. Me tomó las manos entre sus manos, y las besó. De inmediato caí en el sueño.

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